A. Raleig.
Cuando nace un niño, se usa a veces para referirse a Èl la designación de «este pequeño forastero». Los amigos vienen pidiendo si pueden ver «al pequeño forastero». ¡Un forastero, ciertamente venido de lejos! ¡De los espacios inmensos! ¡De la presencia, contacto y ser de Dios!
Y que regresa de nuevo a estos espacios inmensos a través de edades incontables de duración. Pero un pequeño forastero crece y pronto empieza a echar raíces vigorosas. Trabaja, vence, edifica, planta, compra, retiene, y, en su propio sentimiento, «se establece», de modo que ahora no tendría sentido que alguien le llamara «forastero». Y la vida sigue aún profundizando y
ensanchando su flujo, y reteniendo en sí múltiples elementos de interés, y aun multiplicándolos. De modo creciente el hombre va siendo captado por ellos: como un barco desde el cual se han soltado varias anclas en el mar. Lucha con los que luchan, se regocija con los que están alegres,
siente el espoleo del honor, entra en la carrera de la adquisición, hace cosas duras y amables, unas tras otras; multiplica sus empresas, relaciones, amigos, y luego, precisamente después de
todas estas preparaciones, la vida debería empezar plenamente, y abrirse a una llanura ancha, sosegada y soleada; pero las sombras empiezan a alargarse, lo cual quiere decir que todo se va acercando a su final. Hay una voz que tarde o temprano todos habrán de oír, que llama al «pequeño forastero», que nació no hace mucho, cuya primera lección ha terminado y al que ahora se indica que entre por la puerta llamada muerte a otra escuela. Y el forastero no está preparado. Ha echado tantas anclas
y se han clavado tan hondo en el suelo que no le será fácil levantarlas. Está establecido. No lleva
un cayado de peregrino en la mano; su ojo, familiarizado con las cosas que le rodean, no esta
acostumbrado a mirar la ruta que tiene delante, ascendente, no puede medir la altitud de la
montaña o calcular la distancia. El progreso del tiempo ha sido mucho más rápido que el progreso de su pensamiento. ¡Ay! Ha
cometido una gran equivocación. Ha «mirado las cosas que se ven» y se ha olvidado de las cosas
que no se ven. Y las cosas «que se ven» son temporales y con el tiempo se extinguen, en tanto
que «las cosas que no se ven» son eternas. Y así hay prisa y confusión y desazón en las últimas horas, cuando hay que partir. Ahora bien, todo esto puede obviarse y evitarse por completo si un
hombre dice: «Forastero soy yo en la tierra; no me encubras tus mandamientos.»
A. Raleig.
(El Tesoro de David )
Como cristiano (Evangélico) la verdad es que estoy un poco harto de aquellos que menosprecian y ridiculizan determinadas creencias religiosas, y digo determinadas porque siempre van en la misma dirección: los cristianos. Consideran que tienen todo el derecho a hacer burla y escarnio. Lo consideran libertad de expresión. ¿Es libertad de expresión hacer chistes y ridiculizar a los homosexuales o a las feministas? Yo no digo que no se pueda disentir. Se puede disentir, discrepar, ya sea en público o en privado, e incluso apoyar opciones contrarias.
Pero al igual que se exige respeto para otros colectivos, lo exigimos para los cristianos. Estamos llegando a una situación de hipocresía y estupidez que libertad de expresión es que una drag queen dañe los sentimientos de los católicos. Esto avalado por los políticos de izquierdas, mal llamados ‘progres’, porque si esto es ser progresista, pulpo debe ser animal de compañía.
Los cristianos en muchas ocasiones somos vistos de menos, somos tenidos en poco, somos objetos de burlas, de críticas y de comentarios hirientes, en la mayoría de los casos gratuitamente. Y en buena parte de países islámicos, perseguidos e incluso asesinados. No, no se trata de una exageración, es una triste realidad. Una triste realidad que es vista con buenos ojos por una buena parte de esta sociedad. No crean que esta situación nos resulta nueva, hace dos mil años ya fuimos advertidos: “Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Mateo 10:22).
Sería muy interesante que el ciudadano supiese que la protección del derecho a la libertad ideológica, religiosa y de culto está reconocida en la Constitución en su artículo 16, y en otros textos internacionales de carácter universal, como la Declaración Universal de Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Nueva York, así como en las Constituciones de países de nuestra órbita cultural.
Por otra parte, en España, y desde la Ley Orgánica de Libertad Religiosa 7/1980, de 5 de julio, se tutelan todas las manifestaciones religiosas con el único requisito de su inscripción en el registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia, por lo que ya el Código Penal actual, el de 1995, protege estos derechos respecto a todas las religiones reconocidas.
El mismo Tribunal Europeo de Derechos Humanos, dejo claro en su Sentencia de 20 de agosto de 1994: “La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión representa uno de los logros de las sociedades democráticas”. Este logro, entre los cuatro mal llamados ‘progres’ y sus correligionarios periodísticos o televisivos, apoyados por colectivos como el LGBT, feministas, tratan por todos los medios que no sea respetado.
Afortunadamente, todos estos intentos de erradicar el evangelio de la sociedad Española no prosperaran porque, a la larga, vamos a ganar porque el triunfo está prometido. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarias 4:6).