Hechos 2.47
«Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos».

Hasta aquí hemos considerado el estudio, la comunión, y la adoración de la iglesia primitiva, porque son las tres actividades a las que Lucas dice que se consagraban. Sin embargo estos
son aspectos de la vida interna de la iglesia; no nos dicen nada acerca de su extensión hacia el mundo.

Esto ilustra el enorme peligro de la predicación textual, es decir, de predicar aislando a un
texto de su contexto. Hechos 2.42 es un texto muy popular entre los predicadores. Se han dado muchos sermones sobre este versículo, como si se tratara de un informe exhaustivo sobre la Iglesia. Pero si se presenta en forma aislada nos deja con una pintura trágicamente
desequilibrada de ella. El versículo 42 da la impresión de que la Iglesia primitiva se hubiera interesado solamente en estudiar a los pies de los apóstoles, cuidar de sus miembros y adorar a Dios. En otras palabras, a vivir como una especie de gueto, preocupada por su vida interna, e ignorando la trágica situación de las personas solas y perdidas que quedaban fuera de la Iglesia. Pero no era ese el caso.

Los primeros cristianos también estaban comprometidos con la misión. Lo descubrimos recién en el versículo 47. Este texto corrige el desequilibrio del versículo 42, porque nos enseña tres lecciones sobre el evangelismo en la Iglesia primitiva.

En primer lugar, el Señor Jesús era quien hacía el evangelismo. ‘El Señor añadía cada día a la
iglesia …’. Sin duda lo hacía mediante la prédica de los apóstoles, en el testimonio cotidiano de los miembros de la Iglesia, y en el amor que practicaban. Pero era Jesús quien lo hacía. Solo él puede abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, dar vida a los muertos, y de esa manera añadir gente a la Iglesia.

En segundo lugar, Jesús hacía dos cosas a la vez: ‘El Señor añadía cada día a … los que
habían de ser salvos’. No añadía a nadie a la Iglesia sin salvarla, ni la salvaba sin añadirla a
la Iglesia. La salvación y la incorporación a la Iglesia siguen estando juntas hoy.

En tercer lugar, llevaba a cabo estas dos acciones a diario. Aquellos primeros cristianos no consideraban el evangelismo como una actividad ocasional. Día tras día se agregaban
personas a la Iglesia. Esta es una expectativa que deberíamos recuperar.

Autor: John Stott.

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